El libro “Por qué dormimos” del neurocientífico Matthew Walker señala que la “sociedad moderna” ha apartado a los humanos del patrón de sueño para el que están programados genéticamente: el sueño bifásico, un período largo por la noche y uno corto durante el día.

La siesta es la respuesta natural a la necesidad de descanso por la tarde. Sin embargo, la comunidad científica aún no tiene claro la dimensión de su influencia ni hasta qué punto puede modular la salud y la enfermedad.

Algunos estudios sugieren que una siesta corta (menos de 30 minutos), en el sofá y no en la cama, al mediodía o primera hora de la tarde, puede mejorar la atención y reducir el riesgo de presión arterial alta.

Por otro lado, las siestas largas (más de 30 minutos) se asocian con un mayor riesgo de obesidad, síndrome metabólico, diabetes, ictus y enfermedades coronarias. Cada etapa de la vida tiene su propio ciclo de sueño y la siesta debe adaptarse a ello.

En resumen, la siesta puede ser beneficiosa en pequeñas dosis y en las personas adecuadas, pero su impacto real en la salud sigue siendo un tema de controversia en la comunidad científica.

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